Un engaño increible pero cierto


Con una Biblia en la mano, entró gritando que la Escritura había regresado a Palacio. Gente a su alrededor decía “amén”, “gloria a Dios”, “aleluya”. Y una vez instalada en Palacio, la autoproclamada presidenta interina de Bolivia firmó un decreto para que el ejército mate a la gente con impunidad. Ya son más de 23 los muertos. Los pobladores de etnias originarias siguen protestando -y siendo brutalmente reprimidos-, en tanto el llamado a nuevas elecciones se demora.
Todos hemos seguido con asombro los hechos que se desencadenaron en el país andino a partir de que el Ejército se sublevara contra Evo Morales, pidiéndole que presente su renuncia como presidente del país. “Golpe de estado”, dicen unos. Lo niegan otros. La obviedad no merece discusión.

Asisto incrédula al desenlace de un plan similar al aplicado en Argentina en 1976, y que me tocó vivir en carne propia: orquestado desde fuera del país, con la complicidad de las fuerzas armadas y poderoso sectores económicos nacionales. Creí que algo así no podría suceder en nuestros días, que la comunidad internacional le pondría freno. Me equivoqué. Cuánto dolor.
Pero lo que me resulta aún más asombroso es la reacción de sectores de cristianos evangélicos, capaces de gritar “aleluya” ante algo así. Me asusta la falta de información que convierte a las personas en presas fáciles para la manipulación. ¿Sólo porque la señora levantó una Biblia -en un momento y lugar que no tenía por qué hacerlo- debemos gritar: “gloria a Dios”, sin analizar lo que está ocurriendo?
No salgo de mi estupor al leer en las redes sociales comentarios como: “Dios obró en esa nación”, o “Dios quita reyes y pone reyes”. Respuestas automáticas de personas que se hacen eco de un engaño. Porque, hermanos, no regresó la Biblia a la sede presidencial en La Paz. Regresó el racismo disfrazado de cristianismo, otra vez. Como en tiempos de la conquista.
La Biblia, la que revela el amor de Dios y da testimonio de Cristo, la que dice que el gobernante que conoce a Dios es el que juzga la causa de los pobres, no es una bandera ni un amuleto, no es el disfraz para una agenda colonizadora ni racista, no es un estandarte para que un determinado grupo político la utilice como símbolo.
Dicen por allí que “entró Dios a Palacio”. Y pregunto, ¿acaso la orden de matar es fruto de ello? ¿Están los cristianos en guerra contra los que no lo son?
Verónica Rossato
Periodista
Administradora de la página Migrantes y Refugiados
