La paz de Dios en tiempos de incertidumbre


La vida parece caracterizarse por ser cambiante y vulnerable hacia los cambios que ocurren a nuestro alrededor. Desde eventos atmosféricos, crisis salubristas, retos educativos y profesionales hasta la más simple necesidad de un individuo puede afectar su percepción de lo que es la vida. En nuestra niñez, aprendemos que nada es estable y que las circunstancias son el efecto principal de los cambios que surgen en nuestro entorno. Esto, causando que desarrollemos un afán constante por mantener el control de lo que hacemos, de lo que nos ocurre y de lo que anticipamos que debe ser el resultado de nuestro esfuerzo.
Es así cuando comenzamos a tomar decisiones basadas en ideas sujetas a cómo puedo mantener el control independientemente de los resultados. Ponemos nuestra voluntad por encima de los planes de Dios porque entendemos que recae en nosotros la responsabilidad absoluta de lo que ocurre en el mundo. Omitimos el dato principal de que la vida está compuesta de eventos y experiencias que nos ayudan a desarrollarnos y a adquirir el carácter necesario para resistir. Y que cuando comprendamos esta verdad es que veremos que la vida no es “tan mala” como nos proyecta el sistema y que la paz en nuestro corazón es más importante que nuestra obsesión por tener el control.
La paz que podamos sentir en nuestro corazón nos va a dar la capacidad de meditar y analizar al momento de tomar decisiones. Así mismo nos dará el discernimiento para entender qué voz escuchar al momento de dar paso al flujo de información que día a día entra en nuestra mente.
Esta paz nos facilita el utilizar nuestras ganas de vivir, nuestra preparación, y nuestra capacidad de unirnos como Hijos de Dios para defender los derechos y los valores familiares sin permitir que eventos dinámicos de la vida sean un factor decisivo. Ahora, esta paz se obtiene cuando entendemos y reconocemos quién gobierna en nuestro corazón. Curiosa la similaridad de cuando alcanzamos la salvación en Cristo, que comienza en el momento en que entendemos y reconocemos que es nuestro Señor y que entregó su vida por nosotros.
Es por esto que no tán solo en momentos de retos sino que en momentos de victorias debemos entender que nuestra paz no proviene de ninguna otra fuente que no sea Dios. La palabra dice: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” – Juan 16:33. Y es en esta verdad que debemos ampararnos al momento de pensar que lo que dice el mundo está por encima de lo que Dios nos ha dicho. El mensaje de paz siempre ha promovido esperanza y amor en nuestra sociedad. Más, no podemos decir lo mismo del mensaje que es llevado por el mundo. Siendo éste, uno que promueve el temor, la incertidumbre, la división, el discrimen, y el odio.
No hay esfuerzo ni entidad en la tierra que tenga la autoridad para obligarnos a actuar en contra de lo que Dios ha dicho. No hay ninguna eventualidad, circunstancia ni evento que pueda remover la paz que Dios ha puesto en nuestro corazón. Entendamos que la estabilidad en nuestro entorno no es un factor determinante para vivir plenamente. Que el dinamismo en la vida es algo constante y que requiere cambios para reubicar recursos asignados para llevar una palabra de fortaleza a través del mundo.
Utilicemos nuestras fuerzas hoy, para resistir y ser ejemplo para nuestras futuras generaciones. Seamos columnas para construir un presente y un futuro de esperanza y de apreciación hacia la vida. Continuemos llevando el mensaje de esperanza y de amor sin hacer acepción de personas, independientemente los sellos clasificatorios que el mundo les adjudique. Seamos un ejemplo para nuestros niños e inculquemosle esta verdad, para que no permitan que el mensaje que el mundo promueve gobierne su corazón sino que entiendan que Dios tiene el control absoluto y que su paz es la clave para vivir plenamente.

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