Liberemos de la corrupción al país más feliz del mundo


Se acerca el tiempo litúrgico más alegre de la vida de un cristiano: Navidad. Este es un tiempo de celebrar el sí a la vida que cambió la historia humana, a tal punto, que la historia se nos narra como un antes y después de Cristo. Este tiempo, para nosotros los puertorriqueños, se convierte en una mezcla de religiosidad e identidad cultural. A tal punto, que en cualquier parte del mundo un boricua ya ha contado que celebra las navidades más largas del mundo. La alegría es la característica fundamental de este tiempo, en que la parranda se forma en cada rincón de nuestro archipiélago borincano. A pesar de esta gran e importante celebración del nacimiento de Cristo, hay una noche oscura en medio de tanto regocijo.
A que me refiero con la oscuridad, pues a esos actos de funcionarios, contratistas, exfuncionarios y personas corrompidas que le provocan tristeza al país más feliz del mundo. La corrupción es un mal que tiene sus consecuencias a corto, mediano y largo plazo. Es un mal perverso y destructor que no puede ser normalizado ni tolerado.
Hay una maldición que debemos romper: la correlación entre política y la corrupción.
Si bien es cierto que la corrupción lacera la confianza de la ciudadanía hacia sus instituciones, no es menos cierto que los que trabajamos con dignidad en el gobierno tenemos la responsabilidad de demostrar que la política no es para corruptos ¡tremenda batalla!
Por su parte, lo primero que debemos resolver en Puerto Rico, no es la economía o el estatus, es liberarnos del mal de la corrupción. Para eso, muchos piensan primero en atender los asuntos gubernamentales y no en examinarse como ciudadano. A todos los corruptos que le fallan al pueblo les debe caer todo el peso de la ley para que el daño que han hecho tenga un remedio justo, pero ¿Qué hacemos con los ciudadanos que mienten en sus planillas? ¿Qué hacemos con los escándalos de los que se robaron el PUA? ¿qué hacemos cuando es un familiar el que le llena la hoja de los cupones como que se buscó empleo? ¿Qué hacemos con los que se vuelven personajes para peticionar el seguro social?, etcétera. En fin, ¿Qué podemos hacer para erradicar la infeliz y maldita corrupción? la respuesta puede ser multifactorial, pero sin duda, la más sabia respuesta es que primero debe cambiar el ciudadano para que luego cambie su gobierno.
Sin duda, la transformación en el servicio público debe comenzar por la rendición de cuentas, por verdaderamente ejecutar el sistema de méritos, pagar justos salarios, y en medio de la imperfección humana, elegir ser gobernados por los mejores hombres y mujeres. Esta última acción es la más compleja, ya que requiere un discernimiento que tenemos que adquirir. Reflexionemos en esta Navidad, unidos en familia, en la libertad que Cristo nos ofrece, pues siendo libres espiritualmente, podemos erradicar la oscura y maldita corrupción. Querido boricua: seamos libres en Cristo.
Por: Raymind Ruiz Díaz, M.A.
