Mas allá de las pelucas y los tacos, la sexualización de los niños, un riesgo latente en la sociedad puertorriqueña


La cultura puertorriqueña ha evolucionado hasta ser hoy día una cultura altamente sexualizada, podemos decir cándidamente que somos una cultura de explotación sexual. Los estándares éticos en la música, la televisión, los medios en general y en la vida cotidiana se han reducido considerablemente, a nivel de no importar más el impacto que tiene el material sexual y la obscenidad en el desarrollo y la salud en los menores de edad. Nuestra cultura, y me refiero a los diferentes componentes sociales, penosamente han avalado y permitido la sexualización de los niños.
La sexualización de los niños abarca una gama de conductas, entre algunas, cuando los exponemos a material auditivo o visual y a experiencias sexuales que aún no les corresponde vivir. No se encuentran ni emocional, ni psicológica, ni físicamente preparados debido a la fase de desarrollo en la que se encuentran. Son indefensos ante un material que les despierta y provoca sexualmente a destiempo, ubicándoles como presa fácil en terreno de adultos. Y le parecerá muy sensato y de sentido común esto que explico, pero al tiempo corriente, cada vez más organizaciones internacionales y de renombre como la ONU, grupos de acción social-política, la academia y otros abogan por reducir las edades para que los niños sean expuestos a material sexual, pornográfico y obsceno, convenientemente bajo el pretexto de la educación sexual integral (ESI).
El grooming anda suelto. Introducir a los niños a temas y a material para adultos y destruir así su inocencia beneficia a un creciente sector social, a aquellos que buscan abusarles para su propia lascivia y gratificación, y a otros que buscan explotarles sexualmente para fines económicos. La sexualización y la cosificación de los niños, va más allá de pelucas, tacones y espectáculos drags. Pareciera que queremos entretenernos en lo llanito, en pretextos y vergonzosas charadas, para no ir a lo sustantivo y a lo realmente preocupante.
Puerto Rico tiene una alta incidencia de violencia sexual a los niños, algunas organizaciones que brindan servicios directos a esta población reportan que los datos del país no concuerdan con los casos atendidos. Y los profesionales de la conducta sabemos muy bien, pues debido al trabajo directo con adultos, constatamos que una gran cantidad de estas agresiones y violencia sexual no son reportadas, ni atendidas. Las historias son tan espeluznantes, como diversas. Los abusos tienen un contexto y en ocasiones el menor es preparado por el adulto como preámbulo al ataque. La pregunta es cómo es posible que por un lado, cuando hay notoriedad de algún caso en la isla, nos indignamos y damos voces a gritos, pero cuando se trata de presentar soluciones para defender a los niños, las rechazamos y las condenamos. ¡Algo no cuadra!
Necesitamos ser más conscientes como sociedad sobre las actitudes, las acciones y las posturas que asumimos y que permiten la sexualización y la explotación de los niños. Necesitamos ser verdaderamente efectivos al momento de protegerlos. El primer paso es rechazar enérgicamente todo aquello que los vulnerabiliza y los pone en riesgo, sean ambientes, situaciones, material obsceno y sexualizado o educación sexual afectiva no apta para su edad. Aquél que diga que hay que exponerlos porque ya eso es parte de nuestra sociedad y del cambio social inclusivo, o es un ignorante, o es un depredador sexual de menores.
No nos corramos el chance, una sociedad que no protege a sus niños está destinada a su autodestrucción. Para transformar a Puerto Rico debemos comenzar por valorar, respetar y defender tenazmente a los niños. Es responsabilidad de todos.

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